Como hacer un Franelógrafo
El cuento que deben realizar en esta técnica es:
El pájaro
de fuego
Oscar Alfaro
Era un
pájaro bellísimo, de color tan rojo que parecía una llamarada volando por el
aire. Si se paraba en un alero, el dueño de la morada inmediatamente salía
gritando:
—¡Auxilio!
¡Hay fuego en el techo de mi casa...! –Y al punto le arrojaban chorros de agua,
con lo cual aquella llama viva se lanzaba otra vez al cielo.
Si se paraba
sobre un granero, los ratones se llevaban el susto más grande de su vida.
—¡Sálvese
quien pueda! ¡Ha caído una brasa en el granero! ¡Pronto comenzará el
incendio...! –Y escapaban despavoridos.
Una vez se
lo vio bajar hasta el borde del río, tocar el agua y levantarse de nuevo.
Entonces se lo creyó una brasa encantada, pues tocaba el agua y no se apagaba,
además de tener la virtud
de volar.
Pero aquel pájaro maravilloso no creía ni remotamente estar hecho de fuego y
más bien él soñaba con parecerse a una flor, que él conceptuaba como la
encarnación de la belleza.
—Yo soy la
flor del aire. Mi tallo es tan largo como el hilo de un volador y me permite ir
adonde quiero –decía alegremente.
Pero los
demás pájaros no creían en su tallo imaginario, además de que sus formas no
tenían nada de común con la flor.
—¿Dónde se
ha visto una flor con pico? –decían.
—¿Y una flor
que cante...?
El pájaro
encendido escapaba entonces de tantos incrédulos y se daba a vagar, ardiendo,
por los aires.
Un día se
dijo:
“Me posaré
sobre un árbol seco y lo alegraré con mis colores. Él sí creerá que soy una
flor”. Y se sentó sobre un ceibo partido por un rayo.
Allí, rojo y
vistoso, parecía una extraordinaria flor encarnada. Abrió las dos alas
radiantes y las elevó a los cielos semejando entonces una flor bipétala.
Su identidad
era perfecta, pero le faltaba una cosa: el perfume. Se dejó caer entonces sobre
unas flores silvestres que crecían al pie del árbol y aleteó sobre ellas un
largo rato. Cuando se consideró suficientemente perfumado, voló de nuevo a la
punta del ceibo y adoptó la posición anterior, mejorándola todavía, pues se paró
sobre una sola patita, que semejaba muy bien el tallo de una flor.
Estuvo así
muchas horas seguidas y empezó a sentir hambre. En esto se presentó una
mariposa, dispuesta a libar la miel de la supuesta flor. El pájaro se la tragó
en un santiamén y volvió a quedar inmóvil.
—¿Qué flor
tan extraña es ésa, que se traga a nuestra hermana?
–dijeron las
demás mariposas, asombradas.
Vamos a
averiguar lo que pasa. –Una tras otra volaron hacia el pájaro y corrieron la
misma suerte.
Todos los
insectos se alarmaron ante aquella flor carnicera que se alimentaba de
mariposas, pero el pájaro estaba radiante.
Y después de
saciar su apetito cogió a una mariposa azul y se la colocó al cuello de collar.
Luego se puso a cantar alegremente, olvidándose de su oficio de flor.
—¡Pero qué
raro! ¡Es una flor musical! –dijo una avispa.
—No es ella
la que canta. Tiene un grillo en el corazón –contestó la libélula.
—Eso es
absurdo –dijo la langosta.
—¡Y qué
perfume tan exquisito...! –siguió diciendo la
libélula.
—¡Y qué
color...! ¡Si parece un lucero...!
—Bueno, esta
flor se parece a muchas cosas. Iremos a examinarla…
–dijeron las
avispas desconfiadas.
Volaron
sobre “la flor” y la rodearon.
—Libaremos
su miel, que debe ser deliciosa…
Pero apenas
se acercó la primera avispa, el pájaro levantó el pico y ésta retrocedió
asombrada.
—¡Vengan
todas! ¡No es una flor, sino un pájaro disfrazado...!
—¡Hay que
matarlo a flechazos! ¡Es un peligroso impostor!
Y las
avispas desenvainaron sus espadas y se lanzaron sobre el ave. En ese momento el
ceibo se estremeció, como volviendo de otra vida, y habló así:
—¡Hermanas
avispas, no sacrifiquen a esa flor bellísima...!
Las
atacantes pararon el asalto y se miraron unas a otras, llenas de sorpresa.
—¡El árbol
muerto ha revivido! –exclamaron a coro.
—¡Y esa flor
extraordinaria fue quien hizo el milagro de resucitarme! –confesó el ceibo
viejo.
—¡Pero si no
es una flor sino un pájaro disfrazado...!
—Aunque así
sea. Él me revivió con una mentira piadosa. Al
sentirlo en mis ramas creía que era una flor mía y me dije jubiloso:
“Aún puedo
florecer”. Entonces la vida comenzó a circular otra vez por mis gajos muertos.
Y aquí me tienen nuevamente, cubierto de flores…
Y en efecto,
el ceibo repentinamente se había llenado de grandes flores rojas, tan grandes
como el pájaro.
—¡Te
perdonamos todo por haber resucitado una vida con solo una hermosa mentira!
–dijeron entonces las avispas guardando sus
aguijones, y se dedicaron a libar la miel de las nuevas flores del ceibo.
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